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PROYECTORAYUELA

Una puerta se entreabre

En mi dormitorio hay un armario de tres puertas. La central, que es la mayor, tiene un enorme espejo.

Durante el día mi sobrina me visita, para lavar, planchar y cocinar. Cuando salgo voy a los hipódromos de Palermo o San Isidro y siempre vuelvo a casa apresuradamente, ansioso por abocarme a los estudios. La gente ignora lo absorvente que es la genealogía.

De noche, en la cama, encuentro el descanso reparador. Lo encontraba, habría que decir. No pretendo que esta vida sea ejemplar, ni mucho menos. A mi me gusta y me conviene. Por algo me place repetir el dicho: buey solo bien se lame.

Una noche atroz, en que todo cambió, me despertó un cauteloso rumor y aterrado pude ver cómo, lentamente, en la penumbra del cuarto, se entreabría la puerta central del armario.Alguien salió. El miedo me paralizaba. Vi avanzar un hombre de gorra, cazadora y briches parecido tal vez, por el corte de la barba, al rey Jorge V de Inglaterra. Llegó al centro del cuarto, apoyó ambas manos en el barrote, a los pies de mi cama, y se presentó como un antepasado mío.

-¿Por qué lado?- pregunté.

-Eso no me importa -contestó con impaciencia-. Lo que importa es otra cosa. ¿Usted supone que justifica al lugar que ocupa en este mundo con la vida que lleva?. 

La aparición del pretendido antepasado se repitió todas las noches. Yo tardaba en dormirme, pero no bien me venía el sueño, me despertaba el rumor de la puerta del armario, que se entreabría lentamente. Cuando el aparecido no me reprochaba mi vida de jugador, me preguntaba si me parecia bien que la sobrina trabajara para mí sin que yo le pagara un centavo o si yo me sentía orgulloso por no beber, como si eso fuera un mérito.

Por lo que dijo pensé que le gustaba la bebida y la noche siguiente lo esperé con una botella de vino tinto.

No me equivoqué. Tuve el desagrado de su visita, pero no de sus reproches. El hombre no se acordó de sermonear y, con verdadera aplicación, vació la botella. Pude creer que yo había encontrado la manera de soportar la situación.Demasiado pronto llegó la noche en que el hombre me dijo:

-No me gusta beber solo. Usted beberá conmigo.

El vino me desagrada, pero no tuve más remedio que obedecer. Primero no pasó nada malo; después debí de beber mucho, porque a la mañana estaba enfermo. Como uno se acostumbra a cualquier cosa, empecé a emborracharme todas las noches. No tardó mi sobrina en descubrir lo que pasaba y, por su indicación, me internaron en un sanatorio.

Aunque sigo flaco y muy débil, llegó un día en que un médico me dijo:

-Le voy a dar una buena noticia. Está curado. Hoy mismo vuelve a su casa. Lo felicito.

A la tarde estaba de vuelta en mi dormitorio.Lo primero que vi fueron rosas en un florero, atención de mi sobrina, y el armario con el enorme espejo en la puerta central.

Adolfo Bioy Casares

Escritor Argentino

1814/1999

Cuento corto, escrito especialmente para la revista NOTICIAS de Argentina

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