A media tarde
Griselda entró despacito. Se acercó a la ventana y miró a través de los agujeros de la persiana bajada. No supo que hacer, si cerrarla o dejarla abierta. Una casi imperceptible brisilla cálida se colaba en la habitación. ¡Hacía tanto calor! Dejó sobre la mesita una botella de agua mineral y se sentó en la cama, cerca de la almohada. Le miró. Todavía dormía. Tomó aire como para suspirar sonoramente, pero no lo hizo. Con la punta de un pie, se sacó una sandalia y procuró que no hiciese ruido al caer en el suelo. Luego cambió de pié e hizo lo mismo. Después, se fue abriendo los botones de la camisa, de abajo a arriba, no sabia bien por qué, pero era su manía. La dejó caer y oyó el repiqueteo de los botones al tocar el suelo. Se recostó sobre la cama, y volvió a mirarle. Se aflojó el botón del tejano y abrió despacito la cremallera. Necesitaba estar cómoda. Pensó un momento en lo feliz que era a su lado. Sonrió. Seguía dormido. Tenía el pantalón pegado a la piel, por el sudor y con esfuerzo se lo fue quitando para quedarse con sus braguitas amarillas. Las colocó en su sitio. Se estiró intentando que el poco aire que entraba en el cuarto, secase el sudor de su piel. Dejó pasar unos minutos. Mirándolo. Tuvo la tentación de despertarlo y acercó su mano a cinco centímetros de su espalda, pero no. Quería estar lista para él. Entre sus pechos encontró el cierre del sujetador y lo desabrochó. Había tanto silencio que podría jurar que oyó el "click" del enganche al soltarlo. Bajó los tirantes a las manos y lo dejó encima de la camisa. Tenía todavía unos pechos hermosos. Se los acarició levemente. Se acercó a la mesita y buscó un paquetito de pañuelos de papel. Abrió la botella de agua, y mojó uno. El agua todavía estaba fría. Pasó la punta del papel alrededor de su pezón derecho y creyó tener la sensación de notar como se le endurecía. Después, pasó al izquierdo, y repitió el ritual. Le gustaba la sensación del agua fría en sus pezones. Se tumbó sobre su lado derecho en la cama y rozó con sus dedos la columna vertebral de él. Le encantaba despertarlo despacito. Abrió los ojos. A Griselda le pareció casi cómico como intentaba enfocarlos. Él la reconoció y le dedicó una sonrisa. Alargando una mano rozó uno de sus pechos. Ella se acercó un poco más a él y le puso un pezón en los labios... Se sentía tan feliz, dando de mamar a su hijo...
Martin Santimé
Girona-España
http://www.lacoctelera.com/cuatrocientos-golpes/post/2008/04/15/a-media-tarde
Imagen: "Mujer rubia con los pechos desnudos"- Manet
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