Rubén Darío, la búsqueda de la renovación
Rubén Darío, la búsqueda de la renovación
(Metapa, 1867 - León, 1916)
Seguramente, muchos conocemos el comienzo de este poema:
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
Pues su autor es Félix Rubén García Sarmiento. Tal vez este nombre no nos diga nada, pero si decimo Rubén Darío, seguramente reconoceremos al gran poeta nicaragüense.
Debido a las turbulentas relaciones de sus padres, Rubén Darío creció al cuidado de su tía materna, Bernardina Sarmiento, y su esposo, el coronel Félix Ramírez. La casa de éstos era centro de tertulias y encuentros poéticos, así que el futuro Padre del Modernismo crecería en un ambiente propicio para la ensoñación y la creación.
Su vida transcurrió en medio de la bohemia, los enamoramientos y la búsqueda de reconocimiento. Cultivó la amistad de políticos y hombres de Estado de la época lo que le sirvió para desempeñarse en algunas embajadas y consulados. Fue, además, corresponsal en Europa del diario La Nación de Buenos Aires. Ello le sirvió para recorrer varios países europeos y, finalmente, residenciarse en Madrid, la capital española. Y es acaso entonces cuando escribe sus libros más valiosos: Cantos de vida y esperanza (1905), El canto errante (1907), El poema de otoño (1910), El oro de Mallorca (1913).
Sin embargo, piensa que América hispánica se está encerrando en un círculo tradicional, con lo norteamericano por arriba y los cantos a Junín y a la agricultura de la Zona Tórrida por todas partes; y allá van sus Prosas profanas, con unas primeras palabras de programa, en las que figuran composiciones tan singulares y brillantes como el Responso a Verlaine, Era un aire suave... y la Sonatina. Ha triunfado el modernismo: había que reaccionar contra la ampulosidad romántica y la estrechez realista. Las inquietudes de Casal, de James Freyre, de Asunción Silva, de Martí, de Díaz Mirón, de Salvador Rueda, son recogidas y organizadas por el gran lírico, que, influido por el parnasianismo y el simbolismo franceses, echa las bases de la nueva escuela: el modernismo, punto de partida de toda la renovación lírica española e hispanoamericana.[1]
La poesía de Rubén Darío, tan bella como culta, musical y sonora, influyó en centenares de escritores de ambos lados del océano Atlántico. Darío fue uno de los grandes renovadores del lenguaje poético en las letras hispánicas. Los elementos básicos de su poética los podemos encontrar en los prólogos a Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza y El canto errante. Entre ellos es fundamental la búsqueda de la belleza que Rubén encuentra oculta en la realidad. Para Rubén, el poeta tiene la misión de hacer accesible al resto de los hombres el lado inefable de la realidad. Para descubrir este lado inefable, el poeta cuenta con la metáfora y el símbolo como herramientas principales. Directamente relacionado con esto está el rechazo de la estética realista y su escapismo a escenarios fantásticos, alejados espacial y temporalmente de su realidad.[2]
[1] Cfr. http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dario_ruben.htm
[2] Cfr. http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dario_ruben.htm
Imagen tomada de: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dario_ruben.htm
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